Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El padre de la neurocirugía moderna

Harvey Cushing
(foto D.P. de Doris Ulmann via
Wikimedia Commons)
Durante la mayor parte de la historia humana no hubo nada que pudiéramos llamar estrictamente "neurocirugía". Los avances que hoy salvan vidas comenzaron con un médico de Cleveland.

De entre todos los misterios del cuerpo humano, probablemente el más enigmático es el que se guarda dentro de nuestro cráneo, como un tesoro dentro de un cofre hermético, sólido, inexpugnable.

No es de extrañarse, somos una especie curiosa, que desde los albores de la historia el hombre abriera el cráneo de sus semejantes para ver lo que hay dentro... o para intentar curar alguna afección, como creen los arqueólogos que han encontrado numerosos casos de trepanación que se remontan hasta los 6.500 años antes de nuestra era.

Trepanar significa hacer un agujero. Numerosos cráneos prehistóricos muestran agujeros de distintos tamaños que se les practicaron con herramientas especializadas. Y que sobrevivieron, como lo revela la cicatrización ósea, es decir, el crecimiento de nuevo hueso en los bordes del agujero, y en algunos casos la oclusión total del mismo.

Algunas pinturas rupestres parecen indicar que la trepanación se practicaba con objeto de curar afecciones tales como los ataques epilépticos, las migrañas y los trastornos mentales, aunque también para realizar la limpieza de heridas como las causadas por piedras y porras. La operación fue común en la América precolombina, desde el centro de México hasta Los Andes. Y se siguió practicando en Europa durante la era clásica, la edad media y el renacimiento, como la única práctica quirúrgica relacionada con el cráneo y el cerebro junto con las reparaciones de lesiones óseas..

La aparición de la medicina científica a mediados del siglo XIX y el desarrollo de los métodos antisépticos y la anestesia, estimularon el interés por realizar intervenciones quirúrgicas eficaces en el cerebro.

En 1884, En el Hospital Epiléptico de Regent’s Park, Rickman John Godlee, cirujano británico y sobrino de Joseph Lister, llevó a cabo la que podría considerarse la primera cirugía cerebral moderna, practicada para extirpar un tumor cerebral de su paciente. Godlee trabajó bajo las indicaciones de Lister, quien a la luz de los descubrimientos de Louis Pasteur sobre los microorganismos patógenos y la consecuente teoría de que éstos eran los causantes de las infecciones, propuso procedimientos antisépticos y el establecimiento de un entorno estéril para la cirugía, bajo la hipótesis de que ello reduciría las infecciones postoperatorias que tantas vidas costaban y permitiría cirugías que antes nadie se atrevía a intentar.

El éxito de la intervención provocó que más y más médicos se atrevieran a realizar cirugías cerebrales, y el nuevo campo empezó a avanzar. El cirujano Victor Horsley se convirtió muy pronto en el primer cirujano que dedicaba buena parte de su práctica a la neurocirugía como disciplina quirúrgica. En 1887 extirpó por primera vez un tumor de la médula espinal.

Pero la disciplina necesitaba su Edison, su Pasteur, su Cristóbal Colón, el que definiera claramente la especialidad de la neurocirugía... Ese papel le estaba reservado al médico estadounidense Harvey Cushing.

Nacido en Cleveland, Ohio, en 1869, el espíritu innovador y adelantado de Cushing se hizo evidente ya desde sus años de formación. En 1894, un año antes de recibir su título de la Universidad de Harvard, Cushing vio morir a un paciente durante una operación debido a una sobredosis de éter, el anestésico de uso común por entonces. Con su colega Ernest Codman, Cushing creó la primera tabla de anestésicos diseñada para ayudar al médico y al anestesiólogo a vigilar el pulso, la respiración y la temperatura... todo eso que hoy sigue bajo supervisión a cargo de sensores automatizados.

Como resultado, se redujeron notablemente las muertes debidas al mal uso de la anestesia.

El mismo año en que Cushing obtuvo su título como médico, 1895, Ernst Roentgen descubrió los rayos X, y un año después ya Cushing y Codman estaban utilizando esta nueva tecnología para hacer diagnósticos radiográficos mientras continuaban su educación especializada en neurocirugía.

Cushing empezó a realizar intervenciones quirúrgicas en 1902. A lo largo de la carrera que seguiría durante los siguientes 37 años desarrolló sus propios avances y técnicas, como el electrocauterizador que ayudó a desarrollar para obturar los vasos sanguíneos durante las intervenciones, además de estudiar numerosas enfermedades y afecciones hasta entonces no descritas en la literatura médica.

En particular le interesó la glándula pituitaria, que estudió tan intensamente que durante su vida se le consideró el máximo experto en esta glándula. Uno de los trastornos que identificó, la "enfermedad de Cushing", causada por un tumor en el lóbulo anterior de la pituitaria y que se puede tratar principalmente con cirugía.

Además, Harvey Cushing fue promotor y defensor de técnicas y procedimientos nuevos, no creados por él, pero que consideraba esenciales para realizar mejor su trabajo.

Entre las técnicas de las que fue pionero se encuentran muchas que son práctica común en la actualidad, como el uso de la irrigación con solución salina para limpiar la zona de la cirugía y permitir al médico una mejor visión del campo quirúrgico.

De gran importancia fue su promoción de la monitorización continua de la tensión arterial durante las intervenciones quirúrgicas, primero con un esfigmomanómetro que sólo medía la presión sistólica (el momento de la contracción del corazón) y después con el tensiómetro de Korsakoff, que también medía la presión diastólica (el momento de la relajación del músculo).

Como el principal formador de neurocirujanos durante muchos años, muchos consideran a Cushing el padre de la neurocirugía como la entendemos, estudiamos y practicamos en la actualidad con el sueño de conseguir lo que Cushing: salvar vidas. Y el ejemplo de este médico es alentador: en sus más de 2.000 intervenciones quirúrgicas para extirpar tumores, consiguió el extraordinario logro de llevar a sus pacientes de un 90% de probabilidades de morir a sólo un 8%, multipicando la calidad y cantidad de vida de miles de personas directa e indirectamente.

Un nombre omnipresente

El nombre de Harvey Cushing está presente en diversas formas en el mundo de la medicina, pues lo llevan el clip de Cushing, un dispositivo de sujeción; tres distintos síndromes (Cushing I, II y III), la tríada de Cushing, la úlcera Rokitansky-Cushing, el sinfalangismo de Cushing (una afección en la que se fusonan las articulaciones de las falanges), el síndrome Bailey-Cushing, el síndrome Neurath-Cushing y, por supuesto, la ley de Cushing, que indica que el aumento de la presión intracraneal comprime los vasos sanguíneos y causa la isquemia, o falta de riego sanguíneo, cerebral.